Cristino Díez nace en Castrojeriz (Burgos) en 1956. Su familia se traslada a Uríbarri (Bizkaia). Con 14 años regresa a Burgos y realiza su primera exposición en la Real y Antigua de Gamonal. Tras terminar el bachillerato, Cristino consigue una beca para hacer varios cursos de bellas artes en Madrid. De regreso a Burgos continua su formación en la academia de dibujo de El Espolón, con Jesús del Olmo. Posteriormente trabaja como cartelista del cine Avenida junto con el rotulista Timoteo Alonso, continuando la labor de este primero, pero con formatos mucho mayores y de gran dificultad. Pintaba lienzos de 10x2 metros con pinturas de pigmentos naturales que el mismo fabricaba y que ocupaban toda la fachada del teatro. Lamentablemente no queda nada de esas obras de arte, pues el lienzo se reutilizaba para cada nueva película. Desde entonces Cristino ha expuesto grabados, oleos, dibujos, técnicas mixtas y en lo últimos años, esculturas de hierro y otros materiales de diversos tamaños, seres mitológicos a medio camino entre la tierra y el mar.
<< Eximio escritor y extravagante ciudadano>>…Con tan memorable (y exacta) frase despachaba la descripción del inmenso Valle-Inclán El Dictador Primo de Rivera. La historia de las artes está llena de extravagantes ciudadanos y artistas eximios: el mismo Valle- Inclán se ocupó apasionadamente de Max Estrella.
Cito << Luces de Bohemia>> por si alguien se quiere refugiar en un hecho cierto, pero menor: Todo es más duro en provincias. Pero lo hago también porque toda la vida exagerada de este Martín Romaña burgalés llamado Cristino está bañada por la luz imprecisa, desordenada y única de la bohemia.
<< Je vous parle d’un temps…>> En la inmortal canción de Aznavour es ese tiempo que nos construye y del que estamos desterrados para siempre: tiempo de juventud y locura (<< On etait jeune, on etait fou…>>); cuando las canas aprisionan el rostro, ya no significan nada la bohemia: las lilas han muerto. Siento por ello una infinita admiración por este niño nevado, por este perpetuo adolecente, por este ser desmesurado, insolente y tierno que anda a trompicones por la vida: mantiene intacto y vivo aquel impulso que le hizo ser pintor y que es la esencia de la esencia humana. Mantiene intacta la pasión inútil, la sensación de abismo y la generosidad de quien lo tiene todo, porque tiene los sueños.
Pero, mientras llegaban las canas, he aprendido a pintar. << Un clásico, dijo alguien, es un romántico que ha aprendido su oficio>>: Cristino Díez, por ejemplo. Dotado de una intuición fabulosa y de una capacidad indecente para encontrar de modo repentino soluciones técnicas a cualquier problema, Cristino es un pintor al que está esperando el próximo siglo: dudo que en este sea aceptado como lo que es, un grandísimo pintor. Acaso él debería ocuparse de su propia carrera.